La mera expresión «línea clara» parece sugerir que hay, por oposición, no ya una línea oscura, sino una zona amorfa, de penumbra, onírica, incierta, que escapa a las delimitaciones angulosas y luminosas de los colores planos.
El comix, rótulo empleado a menudo para referirse al «cómic underground», puede ser entendido como un intento de atrapar en dibujos y viñetas esa otra zona oscura más allá de la línea clara.
Pero todo esto no son más que categorizaciones hermenéuticas, interpretativas. Y en exceso simplificadoras.
Igual que los cultivadores de la Estética y de la Historia del Arte recurren a categorías como las de Clásico y Romántico para interpretar clasificando las obras de arte, o utilizan las otras de origen nietzscheano de Apolíneo y Dionisíaco para lo mismo, igualmente, digo, es corriente encontrar en muchos escritos acerca del cómic una clasificación de este ámbito en términos de línea clara frente a comix o cómic underground.
El cómic underground nació en EEUU allá por los años sesenta del pasado siglo. Era un cómic alternativo en varios sentidos. Por un lado, era underground en cuanto a las vías de edición, distribución y difusión elegidas (los fanzines, las editoriales minúsculas, su alejamiento de los canales convencionales). Por otro lado, no menos importante, los comix mostraban una realidad alternativa y paralela al orden establecido. Eran «contraculturales», una palabra de entonces que hoy ha devenido en otra, más globalizante: antisistema.
No obstante, lo que en un momento dado empezó siendo alternativo, acabó siendo asimilado por la misma cultura a la que intentaba hacer frente.
Con lo cual, a estas alturas de la historia, los términos línea clara y comix o cómic underground son, o bien unos conceptos que pueden servir para entender determinados momentos del desarrollo del cómic, o bien, más pobremente, unas meras categorías simplificadoras de un mundo tan variado y sugerente como lo es el del denominado noveno arte.