‘La narración figurativa’, de Antonio Altarriba
En el artículo que enlazo a continuación realizo un análisis de La narración figurativa, el libro que recoge la tesis doctoral que Antonio Altarriba defendió en 1981 y que se publicó por vez primera hace unos meses, en 2022.
Posmemoria de la crueldad
En María la Jabalina, la línea dura y tierna a la vez de Cristina Durán, junto al guion y el color de Miguel A. Giner Bou, reconstruye la biografía de un personaje real justamente recuperado: María del Milagro Pérez Lacruz, apodada «La Jabalina». La desgracia se cebó en esta joven miliciana del Puerto de Sagunto, cruelmente fusilada a los 25 años de edad por nada más que por la sevicia que los vencedores mostraron ante los vencidos tras la guerra civil. Durán (n. 1970) y Giner (n. 1969), valencianos (de Benetússer) los dos, rememoran al servicio de la posmemoria una vida segada por la crueldad.
¿El primer cómic autobiográfico?
Leo en un prefacio escrito por David Vandermeulen que a Ramon Llull le debemos, entre otras cosas originales, la invención del cómic autobiográfico. «Llull hizo realizar en París», escribe Vandermeulen, «una historia de su vida en dibujos que contienen todos los elementos del cómic actual: viñetas [cases], filacterias y secuencias narrativas»¹.
La autobiografía referida es Vida coetània (Vita coetanea, en el original latino) de Ramon Llull (1232-1316), el «Doctor Iluminado». Se trata de un texto dictado en 1311 por Llull probablemente a un monje desconocido en la cartuja de Vauvert (París). Por su parte, Thomas Le Myésier, canónigo de Arras y médico en la corte de la condesa Mahaut d’Artois, madre de la reina consorte de Francia, fue un discípulo directo de Llull. A Le Myésier se le debe la realización de un códice miniado, el Electorium Parvum Seu Breviculum, que compila la obra del mallorquín y resume su pensamiento. El Breviculum incluye doce ilustraciones de la Vita Coetanea de Ramon Llull, realizadas hacia 1325 por un pintor anónimo de la corte de Mahaut por iniciativa de Thomas Le Myésier. Es a estas ilustraciones del Breviculum a las que se refiere Vandermeulen en su cita.
Aunque el Breviculum no es obra de Ramon Llull, sí lo es su contenido. La discusión acerca de si las ilustraciones de la Vida coetània que contiene realmente constituyen el primer cómic autobiográfico se enmarca en el entorno de la búsqueda de los orígenes de la historieta en general, lo cual a su vez presupone que está claro qué es lo que se busca. Una cosa es el cómic entendido como un producto cultural de difusión masiva y como tal sometido a las leyes de la industria y el mercado, y otra cosa es el asunto del lenguaje específico empleado por esa manifestación cultural. La Vita coetanea representada en el Breviculum no es un cómic en el primer sentido apuntado, al menos en su origen, pues se trata de un conjunto de ilustraciones insertas en un códice miniado y manuscrito del siglo XIV. No obstante, la forma en que está representada la Vita coetanea en esas láminas sí se atiene al lenguaje específico empleado en el arte de la historieta, ya que contiene imágenes, filacterias y secuencias narrativas, tal y como indica David Vandermeulen. Dejaremos para otro día el comentario acerca de la pertinencia de la narración en los cómics
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(1) En Jean-Noël Lafargue y Marion Montaigne: L’intelligence artificielle. Bruselas, Les Éditions du Lombard, 2016, p. 10.
Las narices (y escaleras) de Jeff Lemire
No me refiero a las narices aplastadas y rectangulares tan corrientes en las figuras de Jeff Lemire, aunque no deja de ser un hecho evidente.
Me refiero más bien a las narices que tiene este dibujante para contar las historias que cuenta. Porque hay que echarle narices. Puede recordar un poco al Craig Thompson de Blankets, quizás por la influencia de la nieve en las respectivas historias, aunque acaso más por la pretendida sencillez de los elementos que ponen en juego ambos autores en sus relatos dibujados.
En todo caso las historias de Lemire pellizcan de otra manera, producen un escalofrío netamente humano, sin reminiscencias religiosas (me refiero sobre todo a Essex County, Nadie y Un tipo duro; el caso de Sweet Tooth es un poco diferente, por lo que tiene de apocalíptico y sus continuas alusiones de índole bíblica).
Pero no nos engañemos. La aparente sencillez de los relatos de Lemire manifiesta la complejidad que concierne a los asuntos humanos y a su enrevesada psicología. Se encuentra en sus relatos la excelencia narrativa del mejor naturalismo angloamericano.
Luego está el asunto de las escaleras.
Como ocurre con todas las escaleras, las de Lemire sirven tanto para subir como para bajar. Sin embargo, el papel que desempeñan en sus historias es servir de pasarelas en el tiempo. La linealidad de los relatos de Lemire se conjuga gráfica y narrativamente con un deambular por el pasado y el presente de los personajes o, por decirlo de otro modo, con intersecciones temporales sucesivas que confluyen en una simultaneidad bien lograda. Son las cosas que tiene el arte de contar historias.
El encargo a Jeff Lemire de Sweet Tooth seguido de su publicación en el sello Vertigo ―perteneciente a DC―, en forma de comic books, le dio a esta serie desde su concepción un estilo mainstream que se vio ratificado mediante su conversión en serie de televisión. Yo la serie no la he visto, pero en lo que al cómic en sentido estricto se refiere, la conjugación de elementos visuales y narrativos que efectúa Lemire en esta serie de historieta reafirma la idea de que el arte se puede producir en cualquier medio y formato.
En el caso de Jeff Lemire, es una cuestión de narices (y de escaleras).
El delirio que nace en la infancia
«Un día, hay un cambio de clase. Me encuentro sentado al lado de un chico de quince, dieciséis años, mucho mayor que yo. Le miro hacer. Sobre una hoja, dibuja un puerto, las olas, un barco, un pequeño faro. En una esquina de la hoja, la inevitable gaviota. Es un dibujo marino, de una banalidad horrible. Pero para mí, es la revelación. Mi gruta de Lescaux. Es una bocanada de esperanza. Veo a un chico que reproduce un universo, su imaginación. Me doy cuenta de que con una hoja en blanco y un lápiz podemos inventar mundos.»
Cuestión de nombres (o El nombre de la cosa)
Elogio de los diagramas (Panchaud y Vila)
El asunto Medea (2)
Medea a la deriva (2021) es una meditación proyectiva de Fermín Solís realizada en lenguaje gráfico. A diferencia de la Medea que veíamos en la entrada anterior, una vasta historieta compuesta por dos autoras (Nancy Peña y Blandine Le Callet), con multitud de personajes y escenarios y que abarca la existencia entera del personaje, ahora se nos presenta el trabajo de un autor completo, Fermín Solís ―bien conocido sobre todo por su Buñuel en el laberinto de las tortugas―, que escoge en el marco de la representación un solo personaje, la propia Medea, y sus monólogos y orgullosas diatribas contra los dioses y contra el mundo en un escenario constante, mínimo pero en movimiento. Son desde luego dos tebeos de muy diferente factura, el de Blandine-Le Callet y el de Solís, pero ambos se inscriben en «el asunto Medea». El primero, el de las autoras francesas, introduce desde cero al lector en la historia de la protagonista y su desarrollo, mientras que el segundo, el de Solís, presupone tal vez un conocimiento previo por parte del lector de las vicisitudes de personaje, aunque no estoy muy seguro de que dicho conocimiento sea imprescindible para disfrutar la historieta. Sin embargo, los dos cómics coinciden de un modo que, en mi opinión, no es ya que se complementen, sino que incluso reflejan en última instancia un punto de vista similar.