Sargento Kirk

Antes que el teniente Blueberry estuvo El sargento Kirk.

Es más, dado que las aventuras de Kirk comenzaron a publicarse en Argentina en enero de 1953, en la revista Misterix, se le reconoce a esta serie el papel de adelantada (pionera, según el anglicismo) en la nueva concepción del género del oeste, un western con rostro humano que luego plasmaría ampliamente no solo el cómic, sino también -y sobre todo- el cine.

Con guiones del argentino H. G. Oesterheld y dibujos de Hugo Pratt (en la primera época de la serie), las historietas del sargento Kirk cuentan los avatares de un desertor del séptimo Regimiento de Caballería del ejército estadounidense, en el periodo posterior a la guerra de Secesión, que se pone de parte de los indios movido por sentimientos de índole humanitarista. Debido a los escenarios donde transcurren los hechos, pero también por el lugar que esos sucesos ocupan en el imaginario occidental referido a la dicotomía «hombre blanco/indio», o al revés, estamos ante una auténtica literatura de frontera. Literatura dibujada, pero de frontera.

En lo esencial del planteamiento de Sargento Kirk rezuma el clásico de las letras argentinas, el poema narrativo El Gaucho Martín Fierro (1872), escrito por José Hernández. De hecho, parece ser que Oesterheld pretendía en principio que la serie se desarrollara entre gauchos, soldados e indios de La Pampa argentina. Aunque finalmente Oesterheld trasladase la serie a los escenarios fronterizos habitados por «las naciones» indias acosadas por la caballería yankee, mantuvo en lo esencial el espíritu del Martín Fierro. Literatura de frontera en un caso y en otro. No está de más añadir en este respecto que Oesterheld denominó a la editorial que fundó en Argentina en 1957, en estrecha colaboración con Pratt, precisamente así: Frontera. (Sería otro argentino -italoargentino- , Roberto Rocca, el que en 1977 fundó en España la editorial Nueva Frontera, sello de la ya mítica revista Totem.)

Y también rezuma en El sargento Kirk, por cierto al igual que en Martín Fierro, el significado del título de un breve relato de Borges, otro argentino: «El tema del traidor y del héroe».

Finalmente, es de destacar que uno de los personajes principales de la serie de Kirk se llama El Corto. Dibujado por Pratt.

15.09.2014

Por cierto, he encontrado en la red esta «Carta al Sargento Kirk»:

Querido Kirk

Por Juan Sasturain

Cañadón Perdido

Arizona State, USA

Querido Kirk, espero que al recibo de la presente

te encuentres bien, disfrutando

de un seco, enérgico verano

en el desierto –no recuerdo un

solo día de lluvia en tus

andanzas– en compañía de los

tuyos: Maha, el Corto y el

barbado doctor Forbes.

Te aclaro –hace tiempo que

no tendrás noticias mías–

que si me vieras no me reconocerías:

he crecido un poco –eso sería lo

de menos–, tengo la cara llena de

pelos y se me han poblado los alrededores

de mujeres y de hijos.

Suelo tener la cabeza ocupada

en mil asuntos sin importancia y

casi he olvidado –te pido me perdones–

el episodio de Corazón Sutton, la

cara del cacique pawnee y el nombre

del jefe de Fort Gibson.

En fin, bien sabes que han pasado

algunos años desde entonces,

cuando nos veíamos todas las semanas

y compartíamos una intimidad

que me enorgullecía.

Puedo darte –si quieres– noticias

de tus viejos: Hugo volvió a Italia

hace mucho y se dedica a ser

famoso y tratar de olvidarte en otros hijos.

A veces lo consigue: habrás oído

hablar del otro Corto, el Maltés, un

poco irónico para tu amistad pero

es hombre de agua y de este tiempo,

tu desierto puesto al día y

sin remordimientos.

En cuanto a Héctor, el viejo, no se fue.

Anduvo algunos años lidiando por estos

arrabales del mundo y de la democracia,

eligiendo bien en general

–me entiendes: del lado de los indios–

y no le fue mejor que a ti:

perdió amigos, el buen nombre en las

editoriales, cuatro hijas.

No es mucho en un país lleno de

sangre; es demasiado para un

hombre solo. Ahora es uno más en

una lista larga y llena de agujeros,

otros reciben tardíos premios

en su nombre.

De tus amigos, algo te puedo contar.

Juan Salvo, el extraviado Eternauta,

volvió para juntarse con la gente, hizo

la guerra como un acto de amor, los

Ellos le dejaron la historieta y se

quedaron con la historia por ahora.

Ernie estuvo por Vietnam y fue

un fracaso: alguien tecleaba

la Remington por él, le trabucaba

los papeles o algo así.

De Ticon, nunca más supe. Tampoco de

Caleb o Numock, sólo versiones

muy lavadas de aquellos bosques grises

con indios adornados e ingleses de paseo.

Al infalible Randall

lo fueron desbancando oscuros primos

mellizos, malas fotocopias

de su sombría puntería. En fin…

Pero no era mi intención

llenar estas cuartillas con

recuerdos de amigos de papel o

carne y hueso. Claro que no.

Sin embargo, no sabría decirte

en realidad por qué te escribo.

Acaso sea la burguesa soledad, ciertas

mentiras descubiertas entre dientes o

el aire esquivo y apurado con que

paso delante del espejo.

Te diré que no es fácil andar

a esta altura del mundo y de

la historia personal. Extraño

tu ranch y tus caballos,

esa amistad viril sin psicoanálisis

y hasta olvido que en tu mundo

de comanches y balazos no

habría lugar para mi cobardía.

No me acuerdo ahora de grandes

cabalgatas ni de puñetazos providenciales;

sólo me queda una escena: el manchón

de una hoguera en la noche y

tu simple certeza para

explicarle al Corto que más vale

luchar por una causa justa

que hacerlo simplemente por dinero.

Los comentarios corren por tu cuenta,

pero en un país sin hogueras ostensibles

y el desierto almidonado por la espada

no es fácil leer tus aventuras sin

nostalgia. Y no digo la pavada

de la moda a lo Presley o los

Cadillacs del ‘50. Quiero decir

que todo se ha complicado en estos años

que han venido cortos, lluviosos, sin

verano, mal barajados para la aventura

y con un cierto aire de perdonavidas

del que te mira pasar porque mañana

te la dará sin asco y por la espalda.

Hoy ese pibe que cabalgaba a tu

lado a los doce años se ha

bajado del caballo, desensilló hasta que

aclare otra vez, la próxima,

el bueno, que le dicen.

Tú me recuerdas –la culpa es de él,

de Oesterheld, este tuteo literario que

entorpece los cariños–, tú me recuerdas,

te decía: cuarto grado, miércoles de mañana,

me comía la vereda en el camino hacia

el Hora Cero que desplegaba tu blanca y

seca geografía. Un desierto, un

cañadón, el atajo salvador,

un tomahawk en la punta de un indio,

una bala que buscaba tu brazo, el hombro

o alguna costilla cruzada en el

camino al corazón.

Hoy los tomahawks llueven de punta o

por televisión, las balas suelen encontrar

corazones grandes, vulnerables, ya no

hay atajos salvadores y no quedan sargentos

desertores en el Séptimo de Caballería.

Quiero decir que las historias tuyas

eran un prólogo simple, un golpecito en

el medio de la espalda hacia adelante.

La vida reservaba la sortija en un

recodo con la certeza de tus corazonadas.

El mundo era un globo por inflar, una

mujer por besar, una escalera alfombrada por

el escenógrafo de la Paramount.

Sólo había que esperar

que el director golpeara las

palmas, alguien encendiera las luces,

y todo empezara de una vez.

Es cierto: todavía esperamos las palmadas,

el chasquido de la luz del set

y la metafísica patada en el culo

que nos mande a escena.

Pero no hay tiempo para las frustraciones

de la pequeña –chiquitiiiiiita– burguesía,

especie en extinción desde años ha

en sus variantes más coloridas.

Algunos suelen deambular por oficinas hostiles o

países aparentemente democráticos, sentirse

juntos en la cancha de fútbol o las

librerías de viejo, de pasada.

Correr como un imbécil por Palermo, creer

en Ramakrishna o el poder terapéutico de la

mosca en mano, en la confluencia cívico-militar

y otros fantasmas son estrategias endebles

para los que nacimos con el

empujón de tu mirada segura bajo el kepi

encasquetado con la solidez de los

ideales de la juventud.

Por eso es mentira esta película:

al fondo del cañadón, espaldas contra la

roca, con las balas y las flechas

silbando alrededor clásicamente,

viendo caer a la gente como moscas

–la idea es pobre, verdadera–

escuchamos un clarín salvador, un

galope nutrido de casacas azules y

banderita al viento. Pero no.

No venís vos al frente. Es Reagan.

Cambiemos de canal, de vida, de esperanza.

Al fin, querido Kirk, dear sargent,

espero que a la terminación de

la presente te encuentres bien,

en compañía –ya te lo dije–

de los tuyos y ahora también de los

(pedazos) míos, disfrutando

del aire limpio de un cielo

blanco de revista vieja.

Te informo, al respecto, que

ahora los kioscos son

verdes y blindados como los sueños

de un general de caballería

de estos tiempos, y que hay poco para

leer si no es en los ojos de la gente.

Tal vez por eso me dedico a juntar

figuritas con tu cara, tomar mate y

hacerme cada día más tanguero.

Una estrategia de amor, no

una coartada.

Pero tampoco es éste el lugar

para salvarse o encontrarle todas las

patas al gato personal, que nunca

importa demasiado sino a uno.

Al final, creo que está claro

–lo veo ahora, después de tantas

vueltas– que no pienso en volver

atrás ni pedirte un caballo fresco

de los que cría el Corto en sus corrales

para escapar de mí o de lo que sea.

Supongamos, mejor, que yo te invito

y te venís –o vienes, como quieras–, que

hay algo urgente por hacer y con

sentido: salvar a la muchacha, defender

a los indios o cualquier otra causa

siembre abierta. En eso estamos.

Un abrazo. Tu amigo

Juan

(1981)

Aquí: http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/radar/9-2680-2005-12-17.html

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