[Igual que para Hegel la filosofía es el propio tiempo aprehendido en conceptos, decimos que el cómic es tiempo captado a través de viñetas.
En cuanto narrativa dibujada, el cómic articula el paso del tiempo. Es un arte secuencial (Blueberry, p. e.). A la vez, las viñetas de un tebeo revelan el momento histórico de su producción, expresan el carácter de una época (Mr. Natural, p. e.). Es tan simple como decir que si todos somos hijos de nuestro tiempo, también lo son nuestras realizaciones.
Este tiempo reflejado en los cómics no está congelado.
Por una parte, la secuencialidad de las viñetas imprime movimiento a la historia, movimiento que está ausente en los viejos chistes gráficos caducados. Pero el orden secuencial no depende solo de los pictogramas. Lo que permite actualizar las historietas en cualquier situación es la percepción del lector, el momento de la lectura.
Por otra parte, la inserción del tebeo en la conciencia del lector traslada a este en ocasiones a un tiempo conocido por él mismo con anterioridad. Es cuando el momento de la producción del tebeo, a través del momento de su actualización, conecta con el tiempo de la historia que se cuenta y todo ello a su vez con momentos pasados de la vida del lector. La confluencia de estos tiempos y momentos forma parte sustantiva del significado de la historieta leída.
Este es el sentido pleno en el que el cómic revela el carácter de una época, cuando estrecha lazos con los tiempos vividos por el lector. Cuando facilita reminiscencias.]
De hecho, parece ser común en los comentarios, reseñas, artículos, etc. sobre Enric Sió y sus obras referir el contexto sociocultural y político en la España y Europa de los años sesenta pasados. (Es este el caso, por ejemplo, en mi comentario sobre Aghardi [aquí] y en el artículo de Jordi Riera Pujal en Tebeosfera [aquí] acerca de Sió y el erotismo.) Es corriente aludir, igualmente, a la modernidad sin fisuras de este autor, antes de que los prefijos (post, trans, neo) se adueñasen de ella, la modernidad.
Algo tiene que ver con la importancia del contexto en el trabajo de Sió el carácter de obra abierta de sus realizaciones y de Mara en particular. Un carácter, por cierto, específico de tantas producciones culturales de aquella época (Opera aperta, de Umberto Eco, se publicó 1962; Critique et verité, de Roland Barthes, en 1966). La nueva crítica de entonces concibió un tipo de obra abierta en la que el símbolo -lo simbólico, el simbolismo- connotaba una pluralidad de sentidos constituyentes del texto. El cierre o clausura del sentido de ese texto era algo indeterminado por el autor, siendo así determinante para esto la actividad de un lector que está posicionado siempre por su situación.
[Ya sabemos, por cierto, que no son los críticos los que establecen qué tipo de obras convienen en cada momento. Los artistas y creadores siguen su propio camino y los críticos van por el suyo, un tanto a rebufo. La lechuza de Minerva, decía Hegel -de nuevo-, levanta el vuelo al atardecer.]
El papel del lector, entonces. Su colaboración en la producción del sentido (o de los sentidos) del texto. Se trata de lo que J. M. Castellet denominó La hora del lector y que yo relacioné [aquí] con Fabricar historias, de Chris Ware. En el límite, no es que haya tantas significaciones como sujetos receptores, sino que estas varían según cada momento de lectura.
Tal es la riqueza significante de Mara.