Autor: Jesús Gisbert
Maggie y Hopey, forever
La guerra tan lejos, de nuevo tan cerca
Los mayores enemigos de la paz, los mayores partidarios de la guerra, son los vendedores de armas, sean estos particulares o Estados. Y lo que es peor, según escribía Rafael Sánchez Ferlosio en un artículo de igual título publicado en 1990: «Cuando la flecha está en el arco, tiene que partir». Parece mentira que a estas alturas resuenen los tambores de guerra a escala global, si bien es verdad que la guerra, como tal, no ha desaparecido jamás de nuestro planeta. ¿No han servido para nada la inmensidad de representaciones y denuncias del horror bélico llevadas a cabo en los últimos decenios en tantísimas películas, canciones, historietas, novelas, etcétera? En el ámbito del cómic, ¿es inútil la gráfica de, por citar solo a uno, Jacques Tardi?
Elena Uriel y Sento (Llobell) nos sorprenden esta vez con Días sin escuela, un tebeo de no ficción y de realización conjunta basado en su común experiencia con motivo de la Guerra de los Balcanes. La novedad de esta representación del horror estriba en la mirada, infantil y madura a un tiempo, con que se describen los hechos. No desvelaré aquí la anécdota que justifica la historieta, pero puedo asegurar que es tan verídica como lo fue mi conocimiento de los hechos que subyacen en este cómic. Solo añadiré que estando Sento y Elena de por medio, el resultado había de ser, pese a todo lo narrado, poco menos que amable. Y esperanzador.
Ojalá no fueran en vano tantísimas representaciones de la infamia y sevicia de todas las guerras.
Poetas de la truncada Edad de Plata
Es una tragedia múltiple. La que acompañó a Antonio Machado quizás desde siempre (las tres heridas: la de la vida, la del amor, la de la muerte), agudizada por la pérdida de Leonor; la tragedia del exilio y la muerte del poeta junto a su madre; la tragedia de una odiosa guerra que separó a los dos hermanos, desde el momento en que el golpe de Estado y el inicio consiguiente del conflicto le pilló a Manuel en Burgos y se tuvo que buscar la vida, llegando incluso a loar mediante sonetos a Franco; la tragedia, en fin, no ya solo de Alvargonzález, sino la de un país cuyos hijos parecen disentir en términos bíblicos.
Elogio de la singularidad
La ciencia ficción verdadera, la constituida por plausibles ficciones científicas ―y no la que se limita a aportar decorados futuristas a la historia―, es una rareza, una singularidad. Y cuando se da, produce satisfacción. Marc-Antoine Mathieu lo consigue con un díptico singular: el constituido por Deep Me + Deep It. Es ciencia ficción verdadera por cuanto la historia que Mathieu nos cuenta se basa en la plasmación, aquí mediante cómic, de una hipótesis con visos de cientificidad. Es la hipótesis que anima la teoría de la singularidad, según la cual el futuro está en las máquinas. No desvelaré ya más, para no destripar este cómic tan atractivo.
Una singularidad añadida a este díptico es su carácter no ya meramente existencialista, sino existencial en el profundo sentido filosófico de un término que linda de algún modo con la poesía.
Finalmente. la tercera singularidad de esta obra de Mathieu es su osadía (si se puede hablar así) formal. Esto es, su poética.
En absoluto defrauda, más bien al contrario.
[Me recordó en algún momento a The Cage, otra rareza, esta vez de Martin Vaughn-James.]
Trauma, olvido, transmigración
Si un modo habitual de convivir con el trauma consiste en olvidarlo, y hay traumas individuales (una vivencia desagradable en la infancia, p. e.) y traumas colectivos (una masacre, una guerra) ―por mucho que, en última instancia, el trauma sea siempre personal―, diremos entonces que igual que hay una amnesia individual, hay también una amnesia colectiva. Este es el planteamiento que subyace, o así lo parece, bajo Las personas de los apartamentos dorados, el cómic (o manhwa) de Park Kun-woong que consigue, en casi setecientas páginas, acaparar la atención de un lector intrigado, a la vez que asombrado, por la historia que ahí se cuenta.
Una historia, además, instalada en el género «estamos muertos pero no lo sabemos», que si bien ha dado buenos resultados en ciertas narraciones (en el plano diegético sobre todo), se presenta a la vez como un género sumamente arriesgado y proclive a la chapuza. El riesgo procede, entre otras razones, de que hablamos de relatos más bien metafísicos ―en el sentido vulgar de ‘metafísica’, una especie de transfísica que acepta la existencia de una vida más allá de la muerte―. Y esos mimbres, queramos o no, se prestan a la construcción de relatos desmañados. Aunque a veces se acierta.
El acierto de Park Kun-woong tiene diferentes motivos, todos ellos implicados en una construcción excelente del relato. Uno de ellos es que su supuesto metafísico no se limita a la diégesis o a la historia contada, sino que es trascendido por medio de un discurso que remite a la sevicia que acompaña a las guerras. Es este un discurso cuyo alcance, si bien se ajusta a la guerra de Corea en esta historia, deviene universal.
Chillida o el espacio ilustrado
Más que temporal, el arte de Chillida es espacial. Así queda evidente en El mapa de Chillida, el cómic de David Marto recién publicado hace dos meses. La capacidad de síntesis que Marto despliega en esta obra permite comprender cómo Eduardo Chillida perteneció a una época, un momento histórico, que dejaba de lado la dimensión temporal humana en favor de una lectura puramente espacial, geográfica ―estructuralista― de nuestro entorno. Es una concepción ilustrada que impulsa la consecución de unos valores atemporales: tolerancia, paz, diálogo, justicia, etc., que el artista promovió con sus inmensas esculturas (obra pública) por diferentes puntos de la geografía no solo española. En cualquier caso, dejaré que quienes lean esta historieta descubran la belleza que encierra, pese a su aparente simplicidad.
El espacio-tiempo y la modernidad del cómic
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| Richard McGuire: Aquí (Here), 1989 |
Paul Preston y José Pablo García
Paramos todo, reflexionamos y no es triste
Este es el lema que condensa la propuesta de Gébé (Georges Blondeaux) en L’An 01: «Paramos todo, reflexionamos y no es triste» («On arrête tout, on réfléchit et c’est pas triste«).
Se trata de una utopía, una rebelión no violenta, más que de una revolución.
Sin dolor. Consiste en dar no un paso adelante o atrás, sino “un paso al costado” (“un pas de côté«).
Sustituir la lucha por la kermesse.
Suprimida la alienación (el trabajo alienante), ya no es necesaria la ficción entendida como evasión.
Lo curioso es que la serie de cómic la inició Gébé en 1970 y la adaptación cinematográfica se estrenó en 1973. Es post-68. Como dice el autor: «La imaginación que llama a las armas o que llama al orden es una impostura. La imaginación llama a la imaginación».
Y es también anterior a la crisis iniciada el mismo 1973.
Cada vez está más claro que es pura poesía gráfica, ya que la historia ―a fecha de hoy― no va por ahí.














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