Kavalier y Clay (1)

Michael Chabon ganó el Pulitzer 2001 con la novela The Amazing Adventures of Kavalier and Clay, traducida por Javier Calvo Perales y publicada en 2002 con el título Las asombrosas aventuras de Kavalier y Clay, en un volumen de seiscientas páginas del que no sé si existe otra edición en nuestro idioma.
Lo asombroso es la cantidad de temas y subtemas concentrados en este libro. En cuanto a su escenario, no es otro que un ecosistema propio de la ciudad de Nueva York y, en concreto, el desarrollo de una historia que coincide con la suerte de sus personajes durante la Edad de Oro de los comic books (1938-1954). La historia de los cómics ―un pedazo de su historia― se convierte para Chabon en materia literaria para su novela.
Los protagonistas principales del relato, Joe Kavalier y Sam Clay, crean un personaje, El Escapista, que da cuerpo a un comic book de tremendo éxito popular. Sin entrar en más detalles por ahora, es también asombroso el hecho de que este fenómeno generó la publicación en 2004 del #1 de un comic book centrado en las aventuras de El Escapista. Este tebeo incluye la presentación de otro personaje de cómic de Kavalier y Clay representado en la novela de Chabon: la asombrosa Polilla Luna.
Continuará.

Maggie y Hopey, forever

El tiempo es como un chicle, se adapta al lector. Por supuesto, queda pendiente en este blog un comentario acerca de Dibujo del natural, de Jaime Hernandez. Pero es que la historia de Maggie y de Hopey es tan peculiar que, con el paso del tiempo, nos permite trascender la propia temporalidad. Todo ello sea dicho a favor de uno de los Hernandez Bros, Jaime en esta ocasión.

La guerra tan lejos, de nuevo tan cerca

Los mayores enemigos de la paz, los mayores partidarios de la guerra, son los vendedores de armas, sean estos particulares o Estados. Y lo que es peor, según escribía Rafael Sánchez Ferlosio en un artículo de igual título publicado en 1990: «Cuando la flecha está en el arco, tiene que partir». Parece mentira que a estas alturas resuenen los tambores de guerra a escala global, si bien es verdad que la guerra, como tal, no ha desaparecido jamás de nuestro planeta. ¿No han servido para nada la inmensidad de representaciones y denuncias del horror bélico llevadas a cabo en los últimos decenios en tantísimas películas, canciones, historietas, novelas, etcétera? En el ámbito del cómic, ¿es inútil la gráfica de, por citar solo a uno, Jacques Tardi? 

Elena Uriel y Sento (Llobell) nos sorprenden esta vez con Días sin escuela, un tebeo de no ficción y de realización conjunta basado en su común experiencia con motivo de la Guerra de los Balcanes. La novedad de esta representación del horror estriba en la mirada, infantil y madura a un tiempo, con que se describen los hechos. No desvelaré aquí la anécdota que justifica la historieta, pero puedo asegurar que es tan verídica como lo fue mi conocimiento de los hechos que subyacen en este cómic. Solo añadiré que estando Sento y Elena de por medio, el resultado había de ser, pese a todo lo narrado, poco menos que amable. Y esperanzador. 

Ojalá no fueran en vano tantísimas representaciones de la infamia y sevicia de todas las guerras. 

Poetas de la truncada Edad de Plata

Hace casi tres años, con motivo de la publicación del cómic Las tres heridas de Miguel Hernández, me referí [aquí] a «las tres causas de Carles Esquembre»: la del tebeo, la de la historia y la de la poesía. Ahora, con la publicación de Los hermanos Machado. Hoy son siempre todavía, Esquembre revalida su interés por esas tres causas. Y lo hace mediante el cierre de una trilogía dedicada a cuatro poetas pertenecientes a la Edad de Plata que la última guerra civil española truncó: Federico García Lorca [aquí], Miguel Hernández, Manuel y Antonio Machado. En esta trilogía, Carles Esquembre se muestra como autor completo y único, cosa que no ocurría con La brigada Lincoln (2018).
Ahora, con Los hermanos Machado, Esquembre ensaya un planteamiento escénico que combina el teatro y el cómic, y lo avisa el autor desde el  mismo subtítulo que aparece en la cubierta del libro: Una tragedia en seis actos.

Es una tragedia múltiple. La que acompañó a Antonio Machado quizás desde siempre (las tres heridas: la de la vida, la del amor, la de la muerte), agudizada por la pérdida de Leonor; la tragedia del exilio y la muerte del poeta junto a su madre; la tragedia de una odiosa guerra que separó a los dos hermanos, desde el momento en que el golpe de Estado y el inicio consiguiente del conflicto le pilló a Manuel en Burgos y se tuvo que buscar la vida, llegando incluso a loar mediante sonetos a Franco; la tragedia, en fin, no ya solo de Alvargonzález, sino la de un país cuyos hijos parecen disentir en términos bíblicos.

Son tres causas de mucho peso en los cómics de Carles Esquembre: la de la poesía, la de la historia, la de los tebeos.

Elogio de la singularidad

La ciencia ficción verdadera, la constituida por plausibles ficciones científicas ―y no la que se limita a aportar decorados futuristas a la historia―, es una rareza, una singularidad. Y cuando se da, produce satisfacción. Marc-Antoine Mathieu lo consigue con un díptico singular: el constituido por Deep Me + Deep It. Es ciencia ficción verdadera por cuanto la historia que Mathieu nos cuenta se basa en la plasmación, aquí mediante cómic, de una hipótesis con visos de cientificidad. Es la hipótesis que anima la teoría de la singularidad, según la cual el futuro está en las máquinas. No desvelaré ya más, para no destripar este cómic tan atractivo. 

Una singularidad añadida a este díptico es su carácter no ya meramente existencialista, sino existencial en el profundo sentido filosófico de un término que linda de algún modo con la poesía. 

Finalmente. la tercera singularidad de esta obra de Mathieu es su osadía (si se puede hablar así) formal. Esto es, su poética. 

En absoluto defrauda, más bien al contrario. 

[Me recordó en algún momento a The Cage, otra rareza, esta vez de Martin Vaughn-James.]

Trauma, olvido, transmigración

Si un modo habitual de convivir con el trauma consiste en olvidarlo, y hay traumas individuales (una vivencia desagradable en la infancia, p. e.) y traumas colectivos (una masacre, una guerra) ―por mucho que, en última instancia, el trauma sea siempre personal―, diremos entonces que igual que hay una amnesia individual, hay también una amnesia colectiva. Este es el planteamiento que subyace, o así lo parece, bajo Las personas de los apartamentos dorados, el cómic (o manhwa) de Park Kun-woong que consigue, en casi setecientas páginas, acaparar la atención de un lector intrigado, a la vez que asombrado, por la historia que ahí se cuenta.

Una historia, además, instalada en el género «estamos muertos pero no lo sabemos», que si bien ha dado buenos resultados en ciertas narraciones (en el plano diegético sobre todo), se presenta a la vez como un género sumamente arriesgado y proclive a la chapuza. El riesgo procede, entre otras razones, de que hablamos de relatos más bien metafísicos ―en el sentido vulgar de ‘metafísica’, una especie de transfísica que acepta la existencia de una vida más allá de la muerte―. Y esos mimbres, queramos o no, se prestan a la construcción de relatos desmañados. Aunque a veces se acierta.

El acierto de Park Kun-woong tiene diferentes motivos, todos ellos implicados en una construcción excelente del relato. Uno de ellos es que su supuesto metafísico no se limita a la diégesis o a la historia contada, sino que es trascendido por medio de un discurso que remite a la sevicia que acompaña a las guerras. Es este un discurso cuyo alcance, si bien se ajusta a la guerra de Corea en esta historia, deviene universal.

Otro motivo del acierto de Park Kun-woong en Las personas de los apartamentos dorados reside en las virtudes simbólicas que el relato contiene. La pérdida de memoria, la ignorancia del nombre propio que uno tiene, la ausencia de identidad personal… La transmigración de las almas puede ser una metáfora metafísica, pero se halla anclada en experiencias existenciales vinculadas a la repetición de rutinas, costumbres, hábitos del todo insignificantes… al menos hasta que haya un proceso de recuperación de la memoria, tal y como se contempla en este cómic.
Y por supuesto, tratándose de un cómic, Las personas de los apartamentos dorados atrapa al lector por la belleza (sea eso lo que signifique) de sus imágenes, sabiamente yuxtapuestas y entrelazadas con las palabras que articulan el texto.

Chillida o el espacio ilustrado

Más que temporal, el arte de Chillida es espacial. Así queda evidente en El mapa de Chillida, el cómic de David Marto recién publicado hace dos meses. La capacidad de síntesis que Marto despliega en esta obra permite comprender cómo Eduardo Chillida perteneció a una época, un momento histórico, que dejaba de lado la dimensión temporal humana en favor de una lectura puramente espacial, geográfica ―estructuralista― de nuestro entorno. Es una concepción ilustrada que impulsa la consecución de unos valores atemporales: tolerancia, paz, diálogo, justicia, etc., que el artista promovió con sus inmensas esculturas (obra pública) por diferentes puntos de la geografía no solo española. En cualquier caso, dejaré que quienes lean esta historieta descubran la belleza que encierra, pese a su aparente simplicidad.

No he podido evitar acordarme de una anécdota. En uno de sus libros, no recuerdo ahora en cuál, el donostiarra Savater escribe que iba paseando por su ciudad cuando se le acercó un viandante que buscaba la forma de llegar a «El peine del tiempo» [por «El peine del viento», de Chillida, que se encuentra frente al Cantábrico en San Sebastián]. Savater, ni corto ni perezoso, le respondió que el peine del tiempo es el que nos deja a todos calvos.
Frente al tiempo, no cabe duda de que Eduardo Chillida optó por el espacio.

El espacio-tiempo y la modernidad del cómic

Richard McGuire: Aquí (Here), 1989
La relatividad del espacio-tiempo de Einstein, así como la indisolubilidad de la imagentexto de Mitchell, encuentran en el cómic una forma de realización. Ambas dimensiones se conjugan y crean una realidad inseparable de la modernidad. He ahí la singularidad de la historieta.

Paul Preston y José Pablo García

Me parece que nunca conseguiremos desembarazarnos de la figura de Francisco Franco, ni en el plano personal (al menos en mi caso, debido a mi edad), ni en el colectivo (en vista de la deriva que están tomando los asuntos políticos, no solo en España). Esta es una mera observación personal, motivada por la lectura y contemplación del nuevo cómic de José Pablo García: Franco, en el que el dibujante malagueño adapta en lenguaje gráfico la documentada biografía que Paul Preston dedicó al general ferrolano.
Esta es la tercera ocasión en la que José Pablo traspone a historieta una obra histórica de Preston. Lo hizo previamente en 2016 con La guerra civil española y en 2017 con La muerte en Guernica. En estos títulos, como en otros del mismo dibujante ―Soldados de SalaminaEl hijo del chófer, o Los desastres de la guerra― García muestra su solvencia a la hora de «traducir» una obra escrita en un medio (el literario) a otro medio (el del cómic). A tenor de los resultados, es ciertamente una suerte contar con los tebeos realizados por tan hábil traductor, además de gozar con la original Las aventuras de Joselito.
En su biografía sobre Franco, Paul Preston sabe conciliar el talante psicológico del autócrata general con el devenir histórico de los tres primeros cuartos del siglo XX español. En Franco, José Pablo García adapta perfectamente en cómic esa conciliación. Es otra manifestación de la coincidencia entre lo personal y lo colectivo a que me refiero al principio, solo que en el caso del dictador Franco la fusión entre ambos órdenes tuvo consecuencias cuando menos dramáticas.

Paramos todo, reflexionamos y no es triste

Este es el lema que condensa la propuesta de Gébé (Georges Blondeaux) en L’An 01: «Paramos todo, reflexionamos y no es triste» («On arrête tout, on réfléchit et c’est pas triste«). 

Se trata de una utopía, una rebelión no violenta, más que de una revolución. 

Sin dolor. Consiste en dar no un paso adelante o atrás, sino “un paso al costado” (“un pas de côté«). 

Sustituir la lucha por la kermesse

Suprimida la alienación (el trabajo alienante), ya no es necesaria la ficción entendida como evasión. 

Lo curioso es que la serie de cómic la inició Gébé en 1970 y la adaptación cinematográfica se estrenó en 1973. Es post-68. Como dice el autor: «La imaginación que llama a las armas o que llama al orden es una impostura. La imaginación llama a la imaginación». 

Y es también anterior a la crisis iniciada el mismo 1973. 

Cada vez está más claro que es pura poesía gráfica, ya que la historia ―a fecha de hoy― no va por ahí.