La imagen con que se inicia esta entrada corresponde al 19 de abril de 2014, casi treinta y dos años después de que el PSOE de Felipe González ganara las elecciones generales en octubre de 1982. Y es que el nuevo cómic de Ángel de la Calle: La caja de Pandora. Vivir y morir en los tiempos de la Transición trata precisamente de lo que el subtítulo indica.
Autor: Jesús Gisbert
El adanismo de Javier de Isusi
Consumida (Spent). Alison Bechdel
Cómics e información
La imagen está tomada de American Paranoia. La casa negra, un cómic realizado por Lucas Varela y Hervé Bourhis cuyo escenario y asunto recuerda un poco a La maldición de los Dain, novela de Dashiell Hammett. Pero el motivo de esta entrada no es tanto este cómic, en todo caso muy bueno, sino destacar el valor informativo de muchos tebeos no necesariamente inscritos en la sección de la no ficción.
En busca del Arca perdida
La llanera solitaria
La trilogía de Nueva York y el cómic (1)
Yo creo que cuando Roland Barthes escribía El placer del texto sabía de lo que hablaba. Un placer, desde luego, es el que nos proporciona la versión en cómic de la Trilogía de Nueva York. El texto original son tres novelas de Paul Auster: Ciudad de cristal, Fantasmas y La habitación cerrada. La versión gráfica de estas tres historias corre a cargo de David Mazzucchelli y Paul Karasik (respecto a Ciudad de cristal), Lorenzo Mattotti (en cuanto a Fantasmas) y el propio Paul Karasik (a cargo de La habitación cerrada). Hasta ahora disponíamos de la versión en cómic de Ciudad de cristal. Pero este nuevo tomo que incluye la versión gráfica de las tres novelas merece algo más que una atención.
Esta es una historia de libros y de cómic. Posmoderna, según suele decirse: «¿Cómo salir de la habitación que es el libro que seguirá escribiéndose mientras él siga en la habitación?» (Fantasmas, p. 187), pero sobre todo moderna si entendemos que el posmodernismo es una de las últimas vanguardias de la modernidad.
De la traducción historietística de Ciudad de cristal ya dimos cuenta en este blog, interpretándola entre otras cosas como filosofía del lenguaje [aquí], que es uno de los leitmotiv ―quizás el principal― de la posmodernidad. Ahora, con la versión en cómic de La trilogía de Nueva York completa, se confirma el planteamiento que sugerí. La riqueza de este volumen es más que enorme, dada la calidad sobre todo de los textos resultantes, pero también la calidad de los cuatro nombres implicados en la trama (Auster, Mazzucchelli, Mattotti y el adaptador presente en toda la obra, Karasik).
Cuando en Reservoir Dogs Quentin Tarantino denomina a algunos de los personajes Sr. Blanco, Sr. Azul, Sr. Rosa, Sr. Naranja o Sr. Marrón, no hay que olvidar que esta película es de 1992. Pero ya en 1986 Paul Auster describe a los personajes de Fantasmas con nombres de colores. El negro (noir) suele asociarse a la trilogía de Auster como género narrativo, pero en mi opinión se trata más bien de una deconstrucción de ese género, que funciona más bien como una excusa argumental.
Desde cierta apreciación de la historieta como vinculada a su específica tradición, podría considerarse que la adaptación de Ciudad de cristal realizada por David Mazzucchelli y Paul Karasik es más conforme al arte secuencial. Sin embargo, la percepción al completo de La trilogía de Nueva York disuelve esa apreciación a la vez que amplía el entendimiento del cómic como un arte predominantemente moderno.
[En su cómic Glass Town, por cierto, Isabel Greenberg nos recuerda que ‘La ciudad de cristal’ es un enclave imaginario compartido por las hermanas Brontë (Charlotte, Emily y Anne) junto a su hermano Branwell.]
(Continuará)
Los hijos de los otros
Los hijos de los otros es el primer volumen de la trilogía Contrapaso, escrita y dibujada por Teresa Valero. Es también el primer cómic de autoría completa de esta dibujante madrileña y ofrece una composición formal extraordinaria que sirve para que el lector se sumerja en el escenario y conozca a los personajes fijos de la obra. Ahora bien, respecto a Mayores, con reparos, el segundo volumen de la trilogía, el guion de Los hijos de los otros adolece, en mi opinión, de un exceso de hilos conductores del relato, si bien se encuentran finamente entrelazados en el apartado gráfico que favorece la narración. Son temas mayores que revelan lados muy oscuros del franquismo (la acción transcurre en 1956): la psiquiatría al servicio del Régimen oficial ―en nombre de una eugenesia biológica―, las adopciones ilegítimas de bebés ―en nombre de una eugenesia social―, todo ello aderezado, en el mismo guion, con la presentación de los conflictos universitarios iniciados aquel año, el chabolismo de Vallecas, el cura obrero exfalangista, el mundo de los vencedores y de los vencidos, la mujer reducida a las labores domésticas, el periodismo intentando sortear la censura… incluso el periodismo clandestino y en cierto modo liberador. Un exceso narrativo, aunque bien resuelto, en correspondencia con lo mejor de la novela negra y criminal en su vertiente social.
Mayores, con reparos
Mayores, con reparos es el segundo volumen de Contrapaso, una trilogía (de la que el tercer tomo está en proyecto) de Teresa Valero. Es también una entrega que certifica que estamos ante una obra de fuste. Dado que es inevitable comparar este cómic, Mayores, con reparos, con Los hijos de los otros, la primera historieta de la trilogía, diremos que la nueva entrega de Contrapaso se presenta como mucho más densa, argumentalmente hablando, que la primera, ya que su trama es más compleja, o tiene al menos más puntos de fuga. Plásticamente, en cambio, ambos cómics revelan la misma caligrafía de Teresa Valero. Hay un hilo conductor común a las sucesivas entregas de Contrapaso, un crimen no resuelto que articula la obra entera. Sin embargo, cada una de las partes que la componen contiene en sí misma su propio argumento, que gira en el entorno también de los misterios por resolver. Prefiero esperar a que la trilogía esté culminada para hablar del significado del término ‘contrapaso’ y del uso que la autora hace de él en su obra.
Kavalier y Clay (2)
«Ciudadano Kane representaba, más que ninguna otra película que hubiera visto Joe, la fusión total de imagen y relato que era ―¿acaso Sammy no lo veía?― el principio fundamental de la narración en el cómic, y el núcleo irreductible de su asociación. […] En aquel sentido crucial ―su fusión inextricable de imagen y relato― Ciudadano Kane era como un cómic».


















